En cada solsticio de verano tiene lugar, desde la antigüedad, una fiesta mítica para celebrar la llegada del verano, cuya finalidad se nos pierde entre las capas de cristiandad aplicadas al asunto. Para unos, fiesta de las brujas, para otros, fiesta para dar más fuerza al sol, mediante el fuego de las hogueras. Para mí, durante mi infancia, era la fiesta posterior a la finalización de las clases, como un premio después de todo un curso escolar donde se nos permitía a los niños pasar gran parte de la noche despiertos, jugando cerca del fuego. Los mayores sacaban mesas a la calle y hablaban animadamente, y todos, vecinos, amigos y saludados, parecían llevarse bien. Recuerdo las noches de San Juan con gran felicidad, noches realmente mágicas.
Pero, ¿qué celebrábamos? Eso de pequeño no lo sabía, lo único que nos importaba a los niños era conseguir madera para hacer la hoguera de San Juan. Queríamos hacer la hoguera más alta del pueblo, ese era el fin y el motivo para nosotros. Yo particularmente no tenía predilección por los petardos y cohetes, aunque alguno que otro tiré, y creo que me asustan ahora más que entonces, tal vez porque veo la posibilidad de quedarme sin algún que otro dedo. De pequeño no tenía tanta noción del peligro, corríamos con maderas con clavos salideros, entre matojos llenos de bichos y caíamos al suelo sin mayores consecuencias; parecíamos de otra pasta distinta a los niños de hoy, tan alérgicos, tan histriónicos, tan incapaces de divertirse con cuatro palos como lo hacíamos nosotros. Pero bueno, no voy a decir que todo tiempo pasado fue mejor; ya en las tablillas sumerias, de tres mil años de antigüedad, llevan escrito aquello de que «los jóvenes no respetan a sus mayores», frase mítica por sí misma, pues es de eterno retorno, como diría Elíade.
Sigamos hablando de la fiesta, la verbena de San Juan, ¿quién era este San Juan? Era el Bautista, el tipo que bautizó a Jesús con el agua del río Jordán. ¿Y porqué entonces la hoguera? Pues su justificación se da porque el padre de este santo anunció su nacimiento con una hoguera. Fuego y agua, elementos míticos desde los albores de los tiempos, que se unen a la tradición cristiana y se solapan a las antiguas creencias. Lo mismo con distintos nombres, santos en lugar de dioses o la misma naturaleza. La verdad es que a poco que une escarbe en la historia de los pueblos y sus tradiciones, se da cuenta de que el origen de las fiestas cristianas surge invariablemente de cultos anteriores, y que los primeros cristianos se limitaron a cambiar los nombres y los motivos de las celebraciones de aquellos tiempos, para que aceptaran con mejor grado la idea de un único dios, una idea totalmente ajena a las mentalidades mediterráneas, plagadas de dioses, semidioses y héroes. Pero lo consiguieron, y por eso hoy en día existe la Navidad en lugar de las Saturnales o el nacimiento de Horus, o la Semana Santa en lugar del nacimiento de Astarté o Ceres.
En conclusión, da igual como llamemos a la fiesta, pues al final todos los nombres son producto de la creatividad humana. La necesidad de celebración y júbilo es consustancial a la humanidad, el qué y el cómo son secundarios. Todos los dioses y tradiciones nacen de la cultura y la filosofía de los diferentes pueblos que nos han precedido. Nuestra cultura y forma de pensar está directamente emparentada con la de los pueblos mediterráneos e indoeuropeos que vivieron y amaron antes que nosotros, que pensaron en el cómo y el porqué del mundo antes que nosotros, que se hicieron las preguntas míticas de los pueblos que los griegos trataron de contestar mediante la razón. Somos un producto cultural de trifuncionalidad indoeuropea, religión semítica, razón griega, ley romana y moral cristiana. Así mismo, tal como hicieron nuestros antepasados, somos también creadores y difusores de nuestra propia cultura y la futura, somos el pasado nebuloso y brillante de las generaciones que vendrán, que verán en nosotros el origen de sus costumbres y tradiciones, de sus leyendas y de sus posibles nuevos dioses. No lo veremos, pero lo estamos fabricando hoy.
Una respuesta a «La noche de San Juan»
Me gustó mucho esta entrada, Xavier. Pero mucho, mucho, mucho ☺☺
Abrazos!
Esther
(¿Y cuál será entonces el sentido de festejar esta fiesta en países como el mío, allá en el hemisferio sur…?)