
Lo dijo Ulrich Beck hace poco y pienso como él: “no entendemos esta Europa”. Murió el afamado sociólogo hace unos días cuando más se necesita una voz como la suya para dar algo de cordura a Europa, al menos en su visión, sus esencias, sus formas. Esas formas que implican el desprecio absoluto por el otro, creerse en posesión de alguna verdad, repetir consignas como dogmas de fe y seguir una determinado discurso, huyendo de la responsabilidad. Yo no entiendo Europa, y como Beck empiezo a ver los riesgos del éxito de la rápida modernización del mundo, esa modernización global que excluye o incluye a las personas según lo que alcancen a venderse. Pues una cosa sí es Europa: un enorme mercado, donde se venden cada día más baratas las aspiraciones y las vidas de sus habitantes, esa mercancía.
Lejos de tener un concepto como el de la modernidad líquida de su colega Zygmunt Bauman, un sociólogo más certero en el eslógan y tal vez con más profundidad filosófica, las palabras de Beck poseen el rasgo de la rebelión, no son insultantes pero tampoco calmadas, nos incitan a luchar, pero siempre desde la reflexión y el discernimiento del verdadero problema. Ulrich Beck nos advierte de que «la utopía neoliberal es una especie de analfabetismo democrático. Apostarlo todo al libre mercado es destruir, junto con la democracia, todo el comportamiento económico. Las turbulencias desatadas por la crisis del euro y las fricciones financieras mundiales solo son un anticipo de lo que nos espera: el adversario más poderoso del capitalismo es precisamente un capitalismo que solo busque la rentabilidad.»
Lo llaman el sociólogo de las grietas de la modernidad, que es una manera bastante poética para decir que era crítico con los de su tiempo, algo bastante común entre los sociólogos. Pero amaba Europa, o al menos, a esa idea de Europa con la que yo comulgo, que tal vez solo vive ya en los libros y que como dice Beck “tiene que reencontrar su identidad en las grandes obras europeas, en los monumentos, en los paisajes de la cultura. Nada hay que objetar a volver a leer las obras de Shakespeare, Descartes, Dante o Goethe, o a dejarse hechizar por la música de Mozart y Verdi.” Esto puede parecer una ñoñería visto desde la óptica utilitarista de los tiempos, este zeitgeist que ve en la retahíla anterior solo el maná del turismo y la subvención. No sé si me explico, pero lo que digo es que esta Europa se muere, y Beck no lo podía ver porque amaba a una Europa muerta y se resistía a aceptar su suicidio. La idea de Europa migró, ya está lejana, como migran los jóvenes españoles en busca de un futuro mejor; un futuro lejos de esta superada Europa de los recortes y la austeridad.
Si hay un espíritu de Europa debe residir exiliado en algún continente que aún considere que su arte y su cultura es lo que le define como continente, más allá de las fronteras inventadas o geográficas. Ese continente no es Europa, porque el arte y la cultura se supeditan al Dios mercado y si a éste no le sirve se desprecia por su inutilidad. Es difícil el encaje del arte en un mundo dominado por el capital, si este no le sirve; el desenlace del último chiste del arte es que se vende así mismo carísimo, si puede, para prestigiarse a ojos del poder económico, y transmutarse como objeto de preciado deseo, capaz de otorgar buen gusto y distinción a su dueño. Banksy, el gran impostor artístico de nuestro tiempo, también juega a este equívoco. Por no hablar de Olafur Eliasson, Damien Hirst o Jeff Koons. Se traicionan un poco, pero creo que los artistas lo han hecho en todos los tiempos pues siempre penden de un hilo; algunos para no meterse en líos y agradar a los poderosos crean lujo en lugar de arte, otros dibujan tiras cómicas y se meten en líos.
No sé porqué acabo hablando de arte en un texto sobre Ulrich Beck, pero es momento de retormar el hilo y exponer parte de su pensamiento en lo que vino a llamar “la sociedad del riesgo”, veamos si ésta visión se adapta a la realidad europea imperante, la que llamaré como la Europa del precariado: «Los riesgos causan daños sistemáticos a menudo irreversibles. El reparto e incremento de los riesgos sigue un proceso de desigualdad social. Hay un vacío político e institucional. Los movimientos sociales son la nueva legitimación. Las fuentes que daban significado colectivo a los ciudadanos están en proceso de “desencantamiento”. En las nuevas sociedades recae en el individuo un proceso de “individualización” a través de una desvinculación de las formas tradicionales de la sociedad industrial y una re-vinculación con otro tipo de modernización. Las fuentes colectivas que dan significado a la sociedad se agotan y el individuo, busca de forma independiente, una identidad en la nueva sociedad. Retorno de la incertidumbre; riesgo como reconocimiento de lo impredecible y de las amenazas de la sociedad industrial.»
Para terminar, una última reflexión de Ulrich Beck acerca de la flexibilidad, concepto tan manido últimamente en boca de los políticos europeos creadores del precariado: «La “flexibilidad del mercado laboral” es la nueva letanía política, que pone en guardia a las estrategias defensivas clásicas. Por doquier se pide más “flexibilidad” o, dicho de otro modo, que los empresarios puedan despedir más fácilmente a sus trabajadores. Flexibilidad también significa que el Estado y la economía trasladan los riesgos al individuo.» Así pues, en esta Europa del precariado todo es flexible — Bauman diría “líquido” — y los riesgos recaen en el individuo, que a su vez está desencantado con el colectivo; ¿es este el canon de la nueva Europa? Entonces, si las tradicionales fuentes del colectivo, políticas, institucionales, ya no sirven, ¿a qué fuentes acudimos para buscar nuestra identidad en la nueva sociedad? En la respuesta a esta pregunta podemos imaginar el futuro.