Tarde de agosto

Cruzó la morena con todo su arte por la calle y el viejo se quedó asombrado por tanta belleza. No debía pasar de veinte aunque si somos honestos tal vez tampoco fuera mayor de edad. Pero el caso es que tenía rotundas formas de mujer, larga cabellera morena, rasgos juveniles delicados, piernas largas y bien torneadas, el pecho abundante y firme y mucha piel expuesta al sol. Un fabuloso ejemplar de mujer que se contoneaba en la calurosa tarde oliendo a perfume y a playa. El viejito siguió distraidamente a la muchacha, que paseaba sin prisa mirando los escaparates de las tiendas de la costa. El sol brillaba con fuerza y el calor hacía que el sudor se pegara a la ropa. Un grupo de turistas pasó a su lado, mirándolo. El viejito sonrió y se metió en una cafetería, un poco asustado porque pensó que tal vez lo habían visto mirar descaradamente a aquella muchacha. Pero no podía quedarse así.

Un café con leche y me indica dónde está el lavabo, por favor. El camarero señaló una puerta al fondo y hacia allí fue el viejo, con la impresión de que los ojos del camarero se fijaban en su cogote con un gesto de desaprobación. Qué dura es la vida cuando llega uno a viejo, y más en mi situación. Cerró la puerta tras de sí, aún con la muchacha en el recuerdo, tan joven, tan llena de vida, tan frágil, tan deseable.

Se palpó la entrepierna y se dejó llevar, sudando y resoplando. Mientras con una mano descubría viejos placeres, con la otra se apoyaba en la pared, y con un pie mantenía bien cerrada la puerta, con todo una imagen bastante graciosa a la par que patética, pero ¿quién demonios soy yo para criticar? Al fin acabó de la única forma posible y el viejito se serenó, de nuevo se hizo la paz interior, tal vez un poquito de culpa pero lo cierto es que no hizo mal a nadie, otros en su lugar a saber qué hubieran hecho, mejor ni pensar.

Salió del lavabo y se dirigió de nuevo a la barra, el café con leche estaba ya frío y lo bebió casi de un solo trago. Insistió en pagar pero el camarero no quiso aceptar el dinero. No se preocupe padre, éste café lo pago yo. El viejito sonrió agradecido. Gracias muchacho y a ver si te veo más por la iglesia. En el umbral de la puerta se santiguó y se lanzó de nuevo a la calle, con éste infernal agosto, lleno de demonios tentadores en cada esquina. 

A %d blogueros les gusta esto: