El amor y el dinero

amor y dinero
El ser humano está dotado de una infinita capacidad de amar, proporcional a la capacidad de odiar. Vivimos en un mundo en que es muy fácil odiar y ser odiado, pero muy difícil amar y ser amado. La causa de esto podría ser el egoísmo e individualismo imperante en las llamadas sociedades de consumo, donde tener el mayor número de bienes es sinónimo de éxito, y por añadidura, felicidad. Poseer cosas nos hace fugazmente felices, un instante que dura hasta el siguiente anhelo por conseguir un nuevo objeto de deseo. Con las personas intentamos hacer lo mismo, pero en la mayoría de las veces, éstas no se dejan comprar. Por eso odiamos más que amamos: nos es difícil cambiar el mecanismo por el que obtenemos éxito, basado en el dinero, por otro mecanismo basado en el amor.
El amor es un sentimiento muy profundo, donde se mezcla la dicha por experimentar una atracción y un deseo por otra persona, y el temor a la pérdida o la renuncia de la misma. Podemos ignorar la pulsión del amor y vivir sin temor a la pérdida, con una existencia segura, fría y mecanizada. Tal vez para Kant esto sería lo deseable, pero aún así por los recovecos del alma se filtran las llamaradas del amor. Todos tenemos derecho a amar, a ser amados, a disfrutar de un sentimiento pleno. Pero a la vez, todos somos egoístas: queremos que nos amen, pero no queremos perder nuestra independencia, porque amar significa ceder parte de ésta, significa depender, en mayor o menor medida, del otro. Significa ceder parte de nuestra soberanía como individuo, formar un equipo, velar y cuidar del otro, sin la seguridad de obtener nada a cambio. Con los objetos tenemos la seguridad de tener un placer inmediato: su disfrute. Con las personas tenemos la seguridad de la incerteza; nunca se conoce lo suficientemente al otro. Amar es tomar partido, es asumir riesgos.
Se dice que vivimos en un mundo donde amamos las cosas y usamos a las personas, en lugar de usar las cosas y amar a las personas. Parece ser cierto. Pero también vivimos en un mundo cambiante, donde el único valor inmutable es el dinero: tenerlo nos da la seguridad de seguir viviendo con cierta dignidad. El egoísmo que podemos observar, la mezquindad reinante, la pasión por la acumulación, tienen su razón de ser en un mundo capitalizado por el éxito que conlleva la posesión de dinero. Los bienes materiales siempre fueron importantes en todas las épocas, pero jamás tanto como en la actual. Estudiando a los antiguos y a los clásicos advertimos que, efectivamente, el dinero era importante para hacer grandes proyectos. Pero era un medio, no un fin. Los grandes pensadores del pasado, enormes escritores, irrepetibles pintores… en cuestiones económicas se nos pueden antojar como pobres miserables, pues no era su intención tener dinero, como fin, sino utilizar dinero como medio.
Cierto es que también había personajes que acumulaban ingentes cantidades de dinero, joyas y demás lujos, como los faraones en sus tumbas, pero no era el fin último de todas las sociedades. Antes era la familia el bien más preciado; ahora se nos impone, como modelo, por estamentos adinerados que jamás formaron familias. Antes se amaba desinteresadamente, ahora se eligen personas de listas de candidatos virtuales. Hay un cambio de paradigma en muchos ámbitos: económico, informativo, social. Pero el amor ha sido el gran derrotado, y no por el odio, su gran enemigo, sino por el egoísmo, común a ambos sentimientos, que nos lleva a la acumulación de bienes, como fin, no como medio. Cabría preguntarse porqué hemos aprendido a acumular, a asumir como normal que el dinero es un fin, y como se ha hecho extensible éste sentimiento en todas las sociedades. Cabría preguntarse porqué hemos conseguido arrinconar, junto a la ética, al amor, en las antípodas de nuestra sociedad.

Una respuesta a «El amor y el dinero»

  1. Y luego están los que aman a las personas como si fueran cosas (tantas parejas, maridos y maltratadores). O sea, que se puede amar…mal


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