Utopía era una isla descrita por Thomas Moore (Tomás Moro en castizo) en 1516, unos años después de que Colón descubriera América, con lo que posiblemente el inglés pudo jugar a describir este no-lugar como algo verosímil, como algo que podría llegar a ser verdad en tierras ignotas. Porque Utopía es un no-lugar; algo que solo puede funcionar en las páginas de su libelo, pero jamás en la realidad. Cosa poco novedosa en la historia de la literatura y el pensamiento, que ya le pasó a Platón con su República, escrita desde el rencor a sus pares tras la muerte de Sócrates.
Sea como fuere, pensar en un mundo mejor y más justo no es nuevo, no es de ahora que nos preocupamos sobre el sistema de gobierno en animada asamblea callejera, que ya algunos se dejaban la garganta en el ágora en los tiempos de Pericles. Hoy como ayer, y previsiblemente como mañana, la lucha de clases es lo que mantiene el motor de la creatividad humana engrasado y en marcha. Las enormes fuerzas que ejercen los estamentos de poder –antaño la aristocracia, más tarde la religión, y hoy «los mercados»– que se enfrentan a las fuerzas que no ostentan el poder, pero que en número pueden doblegar al estamento superior. Ley natural, el pez grande se come al chico. Pero se necesitan ambos: el grande y el chico. Ojo, con esto no justifico que deba existir una estructura social piramidal, solo constato el hecho indiscutible de que de la lucha social surgen los movimientos que hacen progresar a la humanidad.
En la Utopía de Tomás Moro no hay lucha de clases, por tanto, no hay progreso ni retroceso: viven en un eterno retorno, como diría Mircea Elíade. Ningún espíritu libre de la isla podrá revelarse contra injusticia alguna, dado que no hay nada de qué quejarse y porque dicho espíritu no podrá imaginar mayor libertad de la que ya goza. ¿Verdad? Pues no. En la isla de Utopía no se contempla algo consustancial al ser humano: la envidia, la mezquindad y la pereza. Digo más, en la isla de Utopía no se discute el hecho necesario de disponer de fuerza de trabajo obligada: los esclavos. Como todos y cada uno de nosotros, somos hijos de nuestro tiempo, y lo que se percibe aceptado por la mayoría en nuestro tiempo se nos antoja como la ley natural. Que haya esclavos es lo natural, ya lo dijo Aristóteles.
Así pues, la Utopía es una isla comunista sin ejército ni apego por los bienes materiales, con una población rural, trabajadora y medianamente culta que va rotando de casa en casa para no encariñarse demasiado de un lugar. Todo en este librito se nos puede antojar un despropósito ahora, si lo leemos desde la realidad de nuestro tiempo, pero esconde un profundo sentido reformador que lo transforma en revolucionario. En aquellos tiempos no había muchos que predicaran –aunque fuera veladamente– la libertad religiosa; ni tampoco existió una crítica tan feroz, pero a la par tan refinada, hacia sus gobernantes. En fin, son estas reflexiones a vuela pluma tras haber leído, en un par de noches, el libro de la Utopía del genial Tomás Moro.
3 respuestas a «Comentarios sobre la Utopía de Tomás Moro»
Un despropósito ahora y siempre, aunque haces bien en contextualizarlo en la época que se pergeñó. Y digo un despropósito por que los sistemas ideológicos 'totales' de resolver los problemas de la sociedad, llamense comunismo (realmente existente) o lo que sea terminan creando más dolor y problemas que los que pretendían resolver.
Las utopías en la literatura, los experimentos sociales con gaseosa y no con personas reales.
En realidad el despropósito, me matizo y corrijo, no es el de Tomás Moro, tipo listísimo, no sé si genio, pero indudablemente avanzado a su época, pero sí de los que le lean al pie de la letra (que no es tu caso)
Pues sí, cuando se atiende más al texto que a la razón práctica, se cometen auténticas tropelías. Caso por ejemplo, de leer a pies juntillas el manifiesto comunista de Marx o El Corán. Aunque siempre hay excepciones, ¡a Solón y Licurgo parece que les fue muy bien!