Demócrito

 
Demócrito
 
“Cual Demócrito sabio,
autor del bello estilo y docta frase,
y sobre todo, del hablar festivo.”
                                     Timón
Según cuentan los cronistas antiguos, Demócrito (460-370 a. C.) fue discípulo de Leucipo, el fundador del atomismo. Demócrito desarrolló la teoría atómica de Leucipo, utilizando para ello la razón y la observación de la naturaleza, pues era uno de los mayores filósofos naturalistas de la época. De Leucipo se sabe muy poco. Diógenes de Laercio nos cuenta que fue contemporáneo de Empédocles y Anaxágoras, y discípulo de Parménides, que era de Mileto, aunque algunos historiadores lo sitúan en Abdera, como el mismo Demócrito, e incluso en Elea. Lo cierto es que apenas conocemos al maestro de Demócrito, y algunos –como Epicuro– dudan de su existencia.
Algo más podemos contar de Demócrito, a pesar de que se perdiera toda su obra. Dilapidó la herencia familiar en numerosos viajes por Egipto y Persia; podría incluso haber llegado a la India y Etiopía; y como si de un antiguo Marco Polo se tratase, conoció muy diferentes culturas y aprendió de grandes maestros, para acabar volviendo a su tierra natal totalmente arruinado y a merced de la caridad. Mal asunto; según parece, un ciudadano que no pudiera pagarse su entierro porque hubiera malgastado todo su patrimonio no podía recibir sepultura en su patria, por lo que Demócrito tuvo que leer su Gran Diacosmos antes de su muerte, para recibir un premio de 500 talentos con los que lograr costear su entierro. Finalmente su sepelio lo pagó el pueblo, pues al parecer había acertado en algunas predicciones, cosa que encandiló a sus conciudadanos. Su hermano Damasto cuidó de él hasta su muerte, y según nos cuenta Diógenes de Laercio, vivió más de noventa años.
 
El filósofo que se ríe
Son muchas las anécdotas que nos han llegado de Demócrito. Al parecer siempre estaba contento, riéndose a menudo de todo lo que veía. Tal era su alegría que llamaron a Hipócrates para saber qué le pasaba, pues creían que estaba enfermo de alguna extraña dolencia. Pero cuando Hipócrates lo vio y le hubo tratado, concluyó: “A éste hombre no le pasa nada. Simplemente es feliz”. Diógenes de Laercio nos cuenta que se quedó encerrado con un buey que trajo su padre a sacrificar, y no se dio cuenta de ello hasta que volvió a recogerlo para el sacrificio, varios dias después. Debía ser realmente un tipo alegre, a tenor de lo que se puede adivinar en uno de los fragmentos de su obra (el 230) donde dice que “una vida sin regocijo, es como un largo camino sin posadas”.
Está considerado como un filósofo presocrático, aunque fue contemporáneo de Sócrates y Platón, a pesar de que éste último no lo citara en sus diálogos. Según Aristóxeno, Platón quiso quemar los escritos de Demócrito una vez éste hubo muerto. ¿Porqué querría Platón destruir la obra de un filósofo contemporáneo de su tiempo? ¿Tan diferentes eran estos dos pensadores griegos? ¿Tal vez fuera envidia? No hay que olvidar que Demócrito era un autor enciclopédico, con una basta obra escrita, y al parecer muy amena, que además gozaba de la admiración de sus congéneres. ¿Se sentiría acaso Platón un tanto despreciado? Hay que tener en cuenta que Sócrates, el maestro de Platón, fue condenado a muerte; en cambio Demócrito murió anciano y en paz, y muchos pitagóricos conservaron su obra, que por aquél entonces estaba muy difundida. Esto fue lo que hizo a Platón desistir en su empeño para relegar la obra de Demócrito al olvido. Solo lo conseguiría su escuela, que no tuvo interés en que su obra perdurara.
 
¿Cuál es el comienzo del universo?
Esa era la principal duda de Tales de Mileto, considerado el primer filósofo, y que traería de cabeza a todos los filósofos posteriores, que la estudiaron con desigual fortuna. Para saber de qué estaba hecho el universo, había que preguntarse otra cuestión: ¿cuál era el principio común a todas las cosas? El mismo Tales se aventuró a darse una respuesta pues, según él, dicho principio o arché era el agua. Para Heráclito en cambio, sería el fuego. Empédocles proponía la tierra, el aire, el agua y el fuego. Para Demócrito, ese principio era el átomo: una partícula indivisible que no podía crearse ni destruirse. El átomo, vocablo proveniente del latín atomum –que a su vez viene del griego ἄτομον– significa algo que no es divisible. Así pues, según Demócrito y los atomistas posteriores, el universo está formado por una materia compuesta de partículas indivisibles llamadas átomos. Tan revolucionaria teoría, por extraña y a la vez tan próxima a la explicación científica, fue relegada al olvido a favor de las teorías metafísicas aristotélicas. Bien es cierto que tanto Demócrito como sus coetáneos basaban toda su doctrina en la observación de la naturaleza, por lo que el razonamiento utilizado para argumentar esa teoría no tiene ninguna validez científica, pero igualmente nos sorprende que un griego que vivió hace 2400 años tuviera una idea tan revolucionaria, sin utilizar ningún dios ni demiurgo, ni tratar de hacerla coincidir con las matemáticas.


Foto de portada: Evan Karageorgos on Unsplash

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