Hace tan solo un par de años Mariano Rajoy era un tipo con unos principios sólidos: quería sanidad y educación para inmigrantes sin empadronar, por su condición de seres humanos. Se descubría así al Rajoy sensato, humanista, cristiano, católico y romano. Todo mentira, claro está, que aquí en España todo lo que sale de la boca de un político es para ganar votos o hacérselos perder al contrario; que aquí no hay palabra escrita o dicha que no se pueda solucionar con un «era mi intención, luego la realidad me ha obligado a otras cosas».
La realidad tozuda nos ha traído una crisis de proporciones ciclópeas, eso es verdad. Ahora bien, aprovecharla para dejar fuera del sistema, en la estacada y al borde del precipicio a millones de personas que viven en España, va un trecho. Claro está que el martillo pilón de los cornetas del Apocalipsis han sembrado el campo de ignominia, vomitando su rencor por los altavoces de los obispos, plantando la semilla del odio, la xenofobia, el miedo al extraño y su deshumanización. Estamos hablando de los inmigrantes sin papeles; ése es su nombre oficial, pocas veces se referirán a ellos como personas sin derechos.
Cuando ponemos eufemismos a la palabra persona automáticamente la vamos despojando de su humanidad. Por ello conviene estar atentos a determinadas formas de contar las terribles historias de estas personas que llegan a nuestro país en busca de un futuro mejor. Es curioso comprobar (esto ya lo dije antes) que cuando los españoles vamos en busca de trabajo al extranjero lo hacemos por lograr un futuro mejor, pero cuando son otros los que vienen aquí a buscarse el pan los vemos como que vienen a quitarnos el trabajo, y además por la mitad de sueldo que nosotros. Olvidamos que normalmente hay un satisfecho empresario español que contrata por cuatro duros a un inmigrante que jamás va a tener la infeliz ocurrencia de denunciarlo, sino todo lo contrario, le va a hacer caso en todo lo que pida, puesto que espera que a cambio le arregle los papeles.
Esta noche, inmigrantes y médicos han acampado en el Hospital de La Paz contra los recortes en Sanidad. Estamos hablando de personas, los inmigrantes son personas, que hay que repetirlo porque se nos puede olvidar. Inmigrante es ese simpático chino que te sirve unas bravas en un bar regentado antaño por gallegos; inmigrante es la señora boliviana que se cruza media ciudad para limpiar unas oficinas; inmigrante es ese señor ecuatoriano que trabajó cinco años en la construcción y ahora está sin trabajo; inmigrante es el paquistaní que te prepara un kebab a las 2 de la mañana; inmigrante es el estudiante becado colombiano que optó por quedarse fuera de plazo y hoy te pone las copas en un bar del centro. Cuando les ponemos rostros y nombres nos damos cuenta de que mucha gente de nuestro entorno más cercano, con la que hablamos cada día, puede estar pasándolo realmente mal.
Puede que para ellos la crisis sea algo más grave que no poder pagar a tiempo la hipoteca o renunciar a muchos caprichos. Puede que, con esta decisión fascista e injusta del gobierno, sea tan grave como no poder curarse a tiempo de una grave enfermedad. Esto puede significar, sencillamente, la muerte.