Me comentaba una amiga hoy después de comer que la juventud de hoy en día está adormecida, inclinada durante horas sobre sus teléfonos, quemándose las pestañas en las múltiples pantallas de las que disponen: smartphones, ebooks, ipads, ipods, kindles y demás ferralla. La calle queda lejana para la mayoría de la juventud, y cuando se usa como espacio de reivindicación y reflexión, como nos alegramos al vernos las caras, la cosa acaba en una fiesta. La queja queda entonces así diluida entre batucadas, tenderetes y feng shui, entre otras lindezas. Nunca entenderé porqué se aceptan tan bien las pseudociencias en el ámbito progresista, hasta el punto de invitar a alcaldes comunistas a impartir charlas en conferencias de astrólogos y curanderos de medio pelo.
La cosa tiene su miga, puesto que yo lógicamente he replicado que los jóvenes no están usando el móvil por usarlo, sino que a través de éste móvil tienen -tenemos- acceso a toda la información al momento, gracias al twitter y a los blogs, que se usan como antaño podría utilizarse una imprenta clandestina para imprimir panfletos. Lógicamente me ha rebatido. Ahora estamos muy dispuestos a usar la cosa tecnológica, pero al sistema establecido no le inquieta lo más mínimo que cientos de miles de jóvenes estén repanchingados en su casa delante del ordenador. Fíjate en la primavera árabe; para conseguir resultados tuvieron que movilizarse y salir a protestar a las calles. ¿Había allí fiesta? ¿Se divertían los egipcios, tunecinos o libios? ¿Acaso organizaban batucadas? Esto es; se lo tomaban un poquito más en serio, ¿no?
Pero la Primavera árabe empezó a través de las redes sociales, dije yo. ¡Mentira! Todo empezó cuando un tunecino desesperado se quemó ante las autoridades en la calle a plena luz del día, ante la perplejidad internacional. Así fue, y no de otra forma, el inicio de la primavera árabe. Que luego hubiera cientos de miles comentando el suceso en internet es harina de otro costal. No te digo que cojas ahora y te inmoles a lo bonzo en Arc de Triomf, en plenas fiestas de la Mercè. Pero si en vez de tanta fiesta y tanta tontería os lo tomárais un poco más en serio, si en lugar de pensar en comprar el nuevo iPhone pensárais en para qué mierdas necesitáis un teléfono de lujo estando en paro; si os preocupara entender el porqué de la importancia del arte, la música y la literatura, y lo entendiérais, en lugar de querer ser artistas, músicos y escritores a toda costa y mediante autopublicación, quejándoos de que el sistema os impide daros a conocer ,en lugar de reconocer vuestra mediocridad; si todo esto lo tuviérais un poco más presente en lugar de pillar vuelos baratos en Ryanair como principal preocupación, tal vez cosas como el 15M tendrían más sentido; tal vez os lo tomárais más en serio y tal vez os pensárais las cosas mejor antes de hacerlas, para que no parezca todo un circo dantesco: ocupar una plaza con banderitas republicanas, sin ni siquiera saber qué significa una bandera, ni para qué diablos hay que defender una bandera en lugar de otra, si todas significan muerte.
En definitiva, siempre se aprende algo al escuchar, aunque duela, al discordante. Al que no se doblega por la moda imperante, al que critica, recela y señala el error. Es muy fácil criticar de todo a los demás -y no me refiero a mi amiga, sino a nosotros- pero eso no nos convierte en mejores, sino en llorones: hay que proponer soluciones y tomar partido. Hay que implicarse. Aunque es cierto que hay muchísimos errores en los movimientos que los jóvenes -y no tan jóvenes- han hecho y que van a hacer estos días. Me refiero al próximo 25S, evento con ánimo de liarla parda y que nos llama a ocupar el congreso. Bueno, al menos -le he dicho a mi amiga- es algo más que estar sentado delante del ordenador, ¿no?