La historia

El escritor colombiano Gabriel García Márquez dice al inicio de su biografía que «la vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla». Del mismo modo, la historia no es lo que sucedió, sino las preguntas que nos hacemos de lo que sucedió y las respuestas que damos para explicar nuestro presente.


Se podría decir que el pasado no existe, porque es tan subjetivo lo que explicamos del pasado que raramente será fiel a lo que pasó. El discurso del historiador deberá ser, eso sí, veraz. Pero no será real, porque aunque su explicación y las señales del pasado den veracidad a su discurso, éste será una respuesta a las cuestiones de su presente y de su sociedad, es decir, que el historiador es un «hijo del su tiempo», y explicará el pasado de acuerdo a las urgencias y necesidades de éste tiempo.


Según Georges Duby y otros historiadores, hay dos formas de entender la relación entre el historiador y su discurso hacia el objeto: la nominalista y la realista. Los realistas creen que es posible hacer una recopilación positiva de la historia; en cambio los nominalistas dicen que la historia explica el presente a través del pasado. Duby nos explica que el historiador busca huellas del pasado y las interpreta subjetivamente, lo que hace que haya varias teorías de un mismo objeto. Así, el discurso histórico se asemeja a la literatura de evasión, limitado sólo por la veracidad de los hechos. Por su parte, el realismo en la historia tiene un límite: no es posible encontrar huellas de todo, no se puede resucitar todo. El historiador está obligado a escoger en función de su carácter y de su entorno.




Europa inició la conquista del mundo en el siglo XVI y desde entonces se convirtió en el ombligo del mundo y -según Pelai Pagés– cuenta la historia según su visión. O sea, mirándose al ombligo. Por eso se creó el mito de la superioridad blanca, del progreso de occidente y del atraso de los pueblos «primitivos». Justificándose en estos mitos, occidente somete, expolia y aculturiza al resto del mundo según sus preceptos. Por eso hay ahora una urgencia para contar la historia de estos pueblos.


Pero se nos dice que son «pueblos sin historia», que según Engels es «todo pueblo sin Estado». Entonces se hace difícil, por ejemplo, contar la historia de los pueblos africanos, porque están repartidos en una serie de estados inventados por el hombre blanco. Es un intento de explicar la historia según los parámetros de occidente, que no entiende los pueblos de «discurso mítico».


En los pueblos de «discurso mítico», según Mircea Elíade, lo que se hace, ya se hizo. La vida es «la repetición de gestos paradigmáticos que remiten a una ontología original» nos explica Josep Cervelló, es decir, el gesto no tiene sentido sino en la medida en que renueva una acción primordial, en un mundo que está constituido por objetos que responden a arquetipos: el mito del «eterno retorno». Estos pueblos tienen unos comportamientos radicalmente distintos de los de occidente, que no les entiende. Pero son comportamientos producto de una cosmovisión, por un modo de estar en un mundo cualitativamente diferente del nuestro.


Elíade nos dice que todas las sociedades han sido obra del «homo religiosus». Toda sociedad ha explicado el mundo utilizando un discurso mítico -incluso, la occidental-, y este axioma sólo se rompió cuando se pasó del mito al logos, gracias a los pensadores de los pueblos griegos a partir del siglo VI a. C., dando lugar a otro discurso de la historia, que ya no repite acciones primordiales, sino que busca la singularidad de los hechos aislados.


Los pueblos del «logos» hicieron suya la historia, la clasificaron y explicaron de una forma lineal: en forma de avance, de progreso constante. Incluso, la «hicieron», en el sentido de que  al explicar la historia desde su discurso lógico, excluyeron de la historia a la creatividad, la integración y los argumentos de los otros pueblos.


Hay un intento de reinterpretar la cultura occidental desde la comprensión de sus alteridades, rompiendo el prejuicio etnocéntrico; lo que Josep Cervelló dice «occicentrismo». Nuestra realidad occidental está compuesta por muchos ejemplos provenientes de las otras culturas, como el papel, la pólvora, el yoga, el jazz o el sushi. Este hecho nos habla de la relatividad cultural y nos plantea volver a revisar nuestros preceptos, donde la creatividad europea siempre sobresale entre las demás, en lugar de ser una más de entre las otras, donde se complementa y, efectivamente, se reinterpreta.


En conclusión, la historia no sólo es subjetiva, sino que está contada mediante nuestro discurso lógico. Como el ejemplo expuesto por Josep Cervelló: «aunque lo entendamos, no podemos aceptar que un rey sea un Dios». Intentaremos explicar este hecho desde nuestro punto de vista, entendiendo el discurso mítico del pueblo «primitivo», pero no compartiéndolo -porque no es nuestro discurso- su historia llena de arquetipos y de acciones primordiales. Incluso ésta urgencia para integrar la historia contada desde occidente a los pueblos no-occidentales es un invento de los pueblos del «logos», fruto de una determinada época -la nuestra-, que intenta explicar su actual diversidad a través de buscar huellas del pasado en exóticas lejanías. Como siempre se ha explicado la historia, porque no puede -podemos- aceptarla de otra manera.

Una respuesta a «La historia»

  1. Sin embargo, la Historia tiene grandes diferencias con la mentada Memoria Histórica, y esas diferencias residen en la subjetividad emocional mayor de la segunda. Ergo, la Historia no es objetiva totalmente, pero aspira a serlo


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