Cómo engañar a un lector editorial

¿Qué se publica?

Dijo Adlai Stevenson que «un editor es alguien que separa el trigo de la paja y publica la paja». No seré yo quien le contradiga, aunque cabría matizar la frase. El editor publica lo que demanda el mercado, esto es, el grueso de los lectores. Si a la gente le ha dado por leer novela histórica, pues allá que te va, el editor publicará sucedáneos de códigos da vinci. ¿Que se pone de moda el rollo vampírico? Pues ahí ataca de nuevo el editor, publicando los devaneos bobalicones de chupasangres en plena edad del pavo. Y no solo se fija nuestro amigo en el género, la trama o el estilo; va aún más allá, también cobra importancia el sexo del escritor, que no es como el de los ángeles, sino que resulta de vital importancia habida cuenta del mayor número de lectoras que de lectores. Afortunadamente no todos son así; el escritor Enrique Vila-Matas, en su novela Dublinesca, nos presenta a ese editor devastado que abandona el mundo de las letras por no querer plegarse a los designios del mercado. Su personaje principal, Rivas, se me antoja el último editor inocente, puro, amante sincero de sus escritores.

Pero vamos a entrar en materia, porque todo lo anterior no te habrá servido para pulir mejor tu obra si eres — por desgracia — un escritor novel con una novela policíaca bajo el brazo, o cualquier otra novela que no encaje según las demandas del mercado. Sabiéndose en tamaña desgracia en el mundo editorial, un escritor novel — con una novela policíaca bajo el brazo — llamado John Locke se autopublicó en Amazon y «que sea lo que Dios quiera» debió pensar. Y Dios — o el santo de turno — quiso que vendiera un millón de copias de sus libros, por lo que ahora se lo rifan en las editoriales. ¿Qué quiere decir esto? ¡Que te lances, que confíes en ti! Pero ¡ay!, si no eres vendible el lector lo pondrá en su informe; las editoriales no apuestan por alguien en balde. Por muy bien que escribas te darás contra el muro editorial si tu obra no goza de una supuesta capacidad comercial que la pueda convertir en un best seller;y el que tiene que ponerle nota a este fundamental aspecto de tu libro es el lector editorial. Luego, una vez publicado, ya te lo destripará el crítico literario, pero esa es otra raza en este mundo para la cual no tengo palabras. Depende de ti cómo quieras venderte, pero recuerda: el lector valora de forma diferente al John Locke desconocido que al John Locke del millón de ventas.

Informe del buen lector

Hay distintos lectores editoriales, pero nos vamos a centrar en el peor de los casos: un lector editorial hastiado que ya solo soporta novelas cortas de final trágico. Ha leído mucho y no se deja impresionar por nada, cree que en literatura todo está ya dicho y todos los estilos están ya explorados. Nuestro manuscrito será uno más de los cientos que ha leído y no le va a sorprender; de hecho, hasta es posible que lo odie antes de leer la primera página. Lo primero que hace es preparar el esquema de su informe, que es el siguiente:

Título original (añadir entre paréntesis el número de páginas).

Autor.

Impresión general (aquí se nos permite ser más subjetivos).

Argumento y temas destacados (sinopsis, número de capítulos, tema principal y secundario).

Personajes (tratamiento, personalidad, cualidades, identificación del lector).

Lenguaje y técnica literaria (añadir comparaciones con otros autores si es necesario).

Factores positivos que destacan.

Factores negativos que destacan.

Valoración literaria (puntuar del 1 al 10 y justificar).

Valoración comercial (puntuar del 1 al 10 y justificar).

Público objetivo (a quién va dirigido principalmente).

Sugerencias para la cubierta (opcional).

El esquema puede variar mucho de un lector a otro — hay leyendas de un tal Only you que despachaba manuscritos con solo una palabra: ¡o sí o no! — pero básicamente el editor lo que pide es esto, un panorama de fácil lectura que le ponga al corriente de la obra que le han propuesto publicar. Te propongo que hagas un informe de lectura de tu novela en base al esquema anterior, y que seas lo más honesto posible. ¿Cuál sería tu valoración?

Mira tu novela, léela. Otra vez. ¿La publicarías? Observa ese episodio que da el giro a la historia. ¿Cambiarías algo? Piensa sobre el sentido de tu novela. ¿Cuál es su punto fuerte? Acuérdate de las novelas que has leído que se parecen a la tuya. ¿Hay alguna sorpresa? Habla con tus criaturas. ¿Crees que los personajes principales tienen la suficiente fuerza? ¿Crees que los personajes secundarios son imprescindibles y relevantes? ¿Te sientes identificado con algún personaje? ¡No dejes que tus personajes flaqueen!Ellos son el motor que hace funcionar la historia y el lector editorial les presta especial atención, puesto que el público se identifica con ellos.

El lector, el personaje

Tal vez te estés preguntando cómo hacer esos poderosos personajes capaces de engatusar a nuestro hastiado lector editorial. Lamento advertir que no hay subterfugios para ello. Como mínimo, intenta que tus personajes sean lo que hacen, no lo que dicen. Chéjov sabía mucho de esto. Encuentra la voz de tus personajes, haz que sus diálogos estén acordes a su carácter, a lo que se espera de ellos. Tus personajes tienen una vida antes y después de la novela que has escrito para ellos, sus defectos y virtudes son importantes, así como sus grandezas y flaquezas, sus matices y claroscuros. Lo de menos suele ser la historia a la que se enfrentan; la estructura básica se repite en los cientos de manuscritos que ha leído nuestro lector, esta es: un personaje tiene una dificultad, intenta resolverla y la vence (o fracasa). Si tu novela sigue esta estructura, haz que se explique algo más de lo aparente a través de los personajes. Un ejemplo perfecto de esto podría ser la actual saga de Juego de Tronos, donde los personajes son el verdadero interés de toda la trama.

Esta máxima no la digo porque sí — yo no soy nadie para dar consejos — , pero mis propios textos han mejorado muchísimo cuando he tenido en cuenta las pasiones de mis personajes. En el fondo todos ellos son partes de mi personalidad; son versiones de mí mismo que viven y mueren en un mundo cualitativamente distinto al mío; al real. Mis otros yo viven en mi otro mundo particular, formado por mi imaginación y mi experiencia, ¿podrán ser entendidos, o mejor dicho, vividos, por otras personas? Dependerá de tu paciencia y buen hacer con tu forma de escribir, tu manera de contar las cosas, en definitiva: tu literatura. No es tan importante la historia sino lo que se intenta expresar con ella y de qué manera: lo que quieres contar con esa historia, que no es propiamente la historia. Así se despierta el interés del lector; así lo hacían ya los clásicos: Ovidio, Virgilio, Cátulo, Petronio y Apuleyo,por nombrar algunos. Si no los has leído, puede que de su lectura aprendas tanto o más que con cualquier taller de escritura.

El lector, ni editor ni corrector

Una cosa que hay que tener clara es que el lector no es en último lugar el que decide la publicación o no de tu novela. Esa tarea recae en el editor; el lector solo valora en base a las directrices de la línea editorial para la que trabaja. Un lector no dirá — o no debe decir nunca — que tal o cual novela no debe publicarse. Si lo hace, probablemente sea un mal lector (esto es lo que nos dijeron en el curso, al menos). Su influencia es enorme, pero no tiene la última palabra. Puede percatarse de tus faltas de ortografía, de sintaxis y de gramática; puede reparar en que tenemos un léxico muy pobre y abundan las repeticiones; puede notar que los personajes hablan todos igual; puede observar que cambiamos de primera a tercera persona sin razón; puede darse cuenta de que hay varios deus ex máchina inaceptables y que la novela no tiene ni pies ni cabeza. Pero no dirá al editor: «no se te ocurra publicarla»; será el editor quien lo decida y se manche las manos; pero deberías tener muy en cuenta que el lector va a ver esos gazapos y su valoración irá acorde con el tiempo que te hayas entretenido en corregir la novela y, por supuesto, en aprender a escribir.

Es menester, por tanto, que en tu novela no abunden los adverbios (en especial los formados con el sufijo -mente, que tanto aburren y entorpecen el ritmo de la narración); que haya riqueza léxica (si no eres Vargas Llosa, cómprate un diccionario de sinónimos); que la riqueza léxica de la obra sea el resultado natural de la que posee el autor y no una imposición artificial (tira el diccionario de sinónimos que compraste y siéntate a leer mucha buena literatura) y que haya ricas descripciones con multitud de sensaciones, colores, sabores, olores y objetos (Umberto Eco sabe mucho de esto y por eso habla de listas). Tal vez así el hastiado lector profesional, que no se ilusiona por ningún nuevo texto, arquee una ceja y sonría con nuestra novela, tal vez logremos engancharle con nuestros personajes y sus vicisitudes, tal vez logremos — ¡al fin! — engañar al lector, es decir: contarle lo mismo con distintas palabras.

Referencias bibliográficas

CASSANY, Daniel: Afilar el lapicero. Guía de redacción paraprofesionales.Anagrama, Barcelona, 2007.

ECO, Umberto: Confesiones de un joven novelista. Lumen, Barcelona, 2011.

FONT, Carme: Cómo escribir sobre una lectura (Guía práctica para redactar informes editoriales). Alba [Colección Guías del escritor], Barcelona, 2007.

Cover Photo by rawpixel on Unsplash

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