Nacionalismo

imagen de Artur Mas

La gran apuesta de país que pretende conquistar el señor Mas, con la ayuda del historiador de ERC (que a los efectos ejerce de improvisado Procopio), es la de dotar a Catalunya de estructuras de país. Concretamente, y para ir rápido, las estructuras de país que aceleren los trámites de robar dinero y que no te pillen. ¿Cómo? Creando una Tesorería propia que recaude todos los impuestos que pagan los catalanes, y que el Tribunal Superior de Catalunya sea la última instancia a dónde recurrir; tribunal cuyos jueces son designados a dedo por el gobierno catalán. ¡Doble win!

Hay más ideas geniales en las estructuras de país, como el de llevarse el control de la energía llegando a un pacto con el país que te la proporciona… ¡y del cual te independizas unilateralmente! Claro que sí, seguro que ese pacto saldrá bien, molt honorable senyor Mas. ¿Desvaríos nacionalistas? Puede ser, lo de Mas y sus compinches es una huida hacia adelante, aprovechando por un lado el descontento general en Catalunya y por el otro la pléyade de incapaces jugadores de Apalabrados en Madrid.

Aprovechando que me he calentado, voy a hablar del nacionalismo, según Yo. El nacionalismo es, para mí, un producto fruto de un sentimiento de pertenencia a un grupo que comparte lengua y cultura. Es por tanto, una consecuencia del pensamiento romántico, movimiento que aunque tenga este adjetivo, es impulsor de la xenofobia y del rechazo a los otros, porque la adhesión a un grupo implica la negación de los otros grupos.

El nacionalismo tenía su razón de ser en un mundo convulso donde los antiguos regímenes y alianzas entre países tambaleaban y tenían que buscar nuevas fórmulas para controlar al pueblo: si por la fuerza no podía ser, ni tampoco por la razón, se intentaría con el corazón: que los sentimientos dirigieran el pueblo.

Digo más: el nacionalismo es el padre del fascismo y el totalitarismo. Es la fuente de las disputas entre regiones, y cualquier nacionalista entiende que su nación es superior a la vecina. Es muy difícil hablar de razones con los nacionalistas, porque los sentimientos no implican un razonamiento: es algo similar a la religión. Uno no debe pensar en si su nación es la mejor de la misma manera que tampoco el creyente se cuestiona si su Dios es el mejor: su Dios es el único y verdadero, y la nación es lo mismo. De hecho, nación y religión van muy cogidas de la mano.

Ojalá hubiera una reflexión mundial sobre la conveniencia de los nacionalismos. Es verdad que hay diferentes pueblos, religiones y lenguas, pero la división del mundo en naciones es sólo una cuestión política. Que una nación exista implica que se haya derramado sangre en la aniquilación de los pueblos discordantes que la conforman. No hay nada glorioso, en mi opinión, en la nación, no hay grandes gestas ni identidad nacional: sólo intereses políticos.

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